sábado

Todo lo bueno tiene que acabar.

Muchos dicen que es imposible tener una vida perfecta. La felicidad absoluta. Yo tenía las dos cosas.
Cuando iba al instituto conocí a mi primer amor, de hecho, el amor de mi vida, Alex.
Él era uno de los camareros de la cafetería que había en el bajo de mi edificio. Yo tenía diecisiete años y él veintidós. La verdad es que era el chico mas guapo que había visto en mi vida, el más amable y cariñoso. Él más inteligente también.
Me enamoré perdidamente de él y empezamos a salir. Durante meses nos vimos en cafeterías, parques, playas, íbamos al cine...
Un año después decidimos formalizar la relación y organizamos una cena familiar.
Dos años después, Alex me citó en la playa de Ril, en Burela, el pueblo donde vivían mis padres. La verdad es que me encantaba esa playa, era mi preferida, pequeña e íntima, y Alex lo sabía.
Cuando llegué, Alex tenía una manta en la arena con un montón de comida y velas al rededor.
Al verme se levantó y me dijo que me acercara. Yo casi no me lo podía creer, era todo tan bonito y romántico, a la luz de las velas y la luna llena...
- No me digas nada - dijo él - sé que es demasiado "cliché".
- Normalmente, odio los "clichés", pero todo de ti me encanta - dije abrazándolo para después besarlo.
No sé por cuanto tiempo nos besamos, pero nos separamos por la falta de aire.
- No te apures - dijo riéndose - ¡Lo mejor es para el postre!
Nos sentamos en la manta y comenzamos a charlar entre bocados de empanada de jamón y queso, besos, ensalada César, trocitos de pechuga de pavo y más besos.
Paso el tiempo y al final sacó el último taper.
- No puedo comer más - dije frotandome el vientre - estoy llena.
Él no hizo caso y se giró para que no pudiera ver lo que había dentro.
- Cierra los ojos - ordenó.
Esperé durante unos cinco minutos antes de que me dejara abrir los ojos.
Cuando lo hice, él estaba arrodillado ante mi con un anillo de oro con un pequeño diamante.
- Nena, ¿quieres casarte conmigo?
Esa fue la noche en la que nos prometimos, y el 20 de agosto del 2000 nos casamos el la iglesia de Burela a las doce de la mañana. Todavía recuerdo lo que sentí al verlo allí, esperándome en el altar para comprometernos a pasar juntos el resto de nuestras vidas, para amarnos con locura hasta nuestro fin.
Pasamos nuestros primeros años felices y en una armonía plena y maravillosa, y en el verano del 2003 decidimos salir a comer, era un viernes por la noche y queríamos celebrar que, en aproximadamente dos meses, seríamos padres. Aunque él no había querido saber el sexo de los bebés, sí, bebés, eran mellizos. Alex siempre decía que, cuando viéramos sus caritas por primera vez, sabríamos sus nombres. Que no hacía falta pensarlos..
Cuando volvíamos a casa ya era tarde, las dos de la mañana. Estaba hablando con Alex, quejándome de por qué siempre me obligaba a viajar atrás.
- Es más seguro para vosotros, nena.
No lo quería aceptar, quería estar a su lado siempre, me aburría mucho atrás, así que discutí con él casi hasta llegar a casa. Solo teníamos que girar a la derecha y entrar en el garaje, pero algo nos lo impidió. Sentí un gran choque y todo se volvió negro.

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